Ciclismo y Diabetes. Crónica Gran Fondo La Perico 2019.

Aunque hacía tiempo que no me ponía un dorsal, no pude renunciar a disfrutar la experiencia de disfrutar de la carretera junto a otros más de 2.000 ciclistas en un día en la Sierra de Guadarrama en el que mandan las bicicletas.

Inscrito de rebote a última hora (20 minutos antes del cierre) y con muchas dudas pero más ganas, el Gran Fondo La Perico se presentaba como mi «bautizo» con la bicicleta de carretera, al menos con un dorsal colgando del manillar. Un recorrido exigente, de 160km y 4 puertos de montaña (3 de primera categoría y uno de segunda), más aún para mí, que llevaba tiempo sin ponerme un dorsal y sin entrenar de forma regular con un objetivo en mente.

Últimamente salgo más con la bici que a correr por montaña. Mi tendón de Aquiles derecho sigue resentido por el maltrato de los últimos años y he encontrado en la bici el reemplazo perfecto a las tiradas largas, además, gestionar la glucemia encima de la bicicleta me resulta mucho más sencillo que con que otro deporte. Saliendo por la mañana, sin ponerme la insulina basal (30 UD. de Toujeo) y desayunando lo mismo de siempre (café con azúcar moreno y dos tostadas) aguanto al menos dos horas sin necesidad de más. Por lo general, nunca llevo encima el medidor montando en bici, solo galletas con chocolate como remedio de emergencia en caso de bajada. Como siempre intento ir escuchando a mi cuerpo, guiándome por sensaciones.

La salida tenía lugar a los pies del Acueducto de Segovia a las 8:00, aunque los que pasamos el arco de salida en las posiciones de atrás lo hicimos varios minutos más tarde debido al enorme embotellamiento que provocábamos tantas bicis. El gigantesco pelotón ya se empezó a estirar desde el primer momento, a pesar de ser salida neutralizada hasta La Granja, la gente se lo tomó en serio desde el primer minuto.

Rodar dentro de un grupo tan grande hace que todo vaya mucho más rápido. No solo desde el punto de vista motivacional. La aerodinámica es clave, y dar pedales en mitad de un pelotón es algo muy agradecido. Así, casi sin darme cuenta corone el puerto de Navacerrada sin parar de pasar gente sintiéndome muy cómodo subiendo, imagino que fruto de las carreras de montaña.

De Navacerrada a Cotos muy fuerte, siguiendo a rebufo y dando relevos para pasar cuanto antes ese «falso llano» y encarar la primera bajada, en un puerto de Cotos recién reasfaltado en el que, si bien habitualmente suelo bajar siempre con miedo, mucho más esta vez debido a la acumulación de gravilla repartida a lo ancho de toda la carretera, que hacía que un punto más de inclinación en una curva cerrada o un mal toque de freno te condenase a tocar suelo. Ver dos ambulancias atendiendo caídas también contribuyó a que frenase aún más y me pasarán varios ciclistas con los que me había cruzado subiendo. (Nota mental, no vale solo con subir rápido, bajando se pierde mucho tiempo).

Cruzar Navafría apenas da tregua para encarar la siguiente subida, el puerto de la Morcuera, una subida más tendida que Navacerrada en la que además se van disfrutando de las vistas ya que es una carretera mucho más despejada de árboles. Junto a una grupeta del mismo club, subí todo el rato con ellos, motivado por el primer avituallamiento de la cima y sintiéndome muy bien, tanto de fuerzas como de la diabetes, nada que ver con los ultras en los que los km y el desnivel pasan mucho más despacio.

Llegando a la cima de Morcuera encuentro un gigantesco grupo de ciclistas parados en un avituallamiento muy bien surtido de variedad de comida y bebida. Hago una parada rápida en la que apenas me bajo de la bici para ajustar el cambio, comer y beber algo (barrita y unas gominolas, me noto bien de azúcar y solo tengo que mantenerme) y sin parar mucho más encaro la bajada.

Al tener una inclinación un poco más moderada y ser un puerto más abierto Morcuera me dio mucha más confianza para bajar así que pude soltar freno y dejé correr la bici disfrutando muchísimo de estos kilómetros, gustándome en las curvas en las que me permitía casi hasta posar para el fotógrafo.

Según se llega a Miraflores, al final de la bajada de esta vertiente del puerto de la Morcuera se hace prácticamente una «V» y se encara la subida al puerto de Canencia, el más suave de los cuatro que encontramos a lo largo del recorrido, pero con 75 km en las piernas, cualquier repecho se va notando. La subida atravesando bosque, todo el rato a la sombra se agradece. Llegando a las rampas finales, las piernas empiezan a avisarme con calambres en los muslos. Suponiendo falta de sales, y estando acostumbrado a tomarlas en pastillas (que me había dejado en casa), al no haber otra cosa en el avituallamiento, bebo un Powerade del tirón a pesar de lo poco que me gusta el sabor.

Según empiezo a bajar hacia el pueblo de Canencia, empiezo a notar los efectos del isotónico. Por un lado, recupero las piernas y según llega el plano y vuelvo a pedalear no noto ninguna molestia, pero por el otro, siento que se me revuelve el estómago y empiezo a sentir náuseas que poco a poco van a más. Sin pincharme para comprobarlo, pero sabiendo que sigo bien de azúcar gracias a no haberme puesto basal y al avituallamiento de Morcuera, el tramo hasta la subida de Fuenfria se convierte en un diálogo conmigo mismo en el que trato de convencerme de que todo es cuestión de altibajos, y que sólo es cuestión de tiempo que se me vayan las náuseas y vuelva a estar en la cresta de la ola.

Pero no. Por primera vez en una prueba deportiva, el malestar no mejora lo más mínimo. Totalmente fundido por no poder comer ni beber, empiezo a subir Navafria como un autómata. Las náuseas hacen que tenga que parar a vomitar varias veces y pierda totalmente la motivación y el ritmo. Al llegar al avituallamiento, con sudor frío y oliendome hipoglucemia, ya que llevaba más de dos horas sin comer nada, como dos galletas, un poco de sandía y sin perder más tiempo encaro la bajada.

Al no tener que dar pedales, intento recuperar al maximo mientras bajo, para afrontar el último tramo hasta Segovia, un falso llano desde Navafria a Torrecaballeros en el que siempre sopla el viento de cara. Durante la bajada al menos no me encuentro peor, pero en cuanto salimos a la carretera nacional vuelven los problemas. Intento engancharme a alguna grupeta para ir parapetado del viento y rodar a ritmo, pero me resulta imposible. Una tras otra, me voy quedando descolgado. A menos de 15 kilómetros para llegar a Segovia, me planteo abandonar y seguir por la carretera nacional fuera del circuito marcado para llegar a casa cuanto antes, pero con el mismo arrebato con el que minutos antes me planteaba abandonar, vuelvo a dar pedales para recorrer los últimos 10 restantes en un ejercicio de paciencia más que de deporte y consigo pasar el arco de meta en poco más de 7 horas. Al llegar a casa, glucemia de 84 mg/dl y nauseas que no se irán hasta bien entrada la tarde, pero con la satisfacción casi mística que da terminar lo que uno empieza y haber cruzado la meta por mi mismo.