Crónica de mis 101 kilómetros en la Ronda dels Cims

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Más alto, más lejos, más duro, más metros de desnivel. En este frenesí colectivo de carreras de montaña, yo solito, sin necesidad de amenazas o chantaje, me metí de cabeza en la madre de todas las pruebas Ultratrail de la península, la Ronda dels Cims en Andorra. 170 km y 13500 metros de desnivel positivo. Lo que os voy a contar a continuación, como si de una batallita para nietos se tratase, es lo que viví a lo largo de los 101 km más salvajes que he pasado en la montaña.

Ordino, 6:45 de la mañana. Casi 400 personas esperando que nos den la salida y empezar a restar kilómetros. Hay caras para todos los gustos. Una pena no haberme podido ver en tercera persona porque debía estar blanco como la leche. El speaker animando, Batukada y segundos antes de la salida petardos y música épica para salir con la moral por las nubes y trotar apenas 800 metros (que sería todo lo que corrí durante casi 36 horas). Una vuelta rápida por el asfalto de Ordino y rápidamente empieza el Rock and Roll. El primer escollo son casi 1400 metros de desnivel en poco más de 10 km para llegar a Collada Ferreroles.

Menuda carita, ¿Eh?
Menuda carita, ¿Eh?

Empezábamos por lo que había sido la parte final del Celestrail el año pasado. Conocía más o menos el terreno y sabía que las vistas desde arriba compensaban con creces la subida. Poco a poco, sin ninguna prisa y dejando pasar a algún “incauto” que quería apretar en esta primera parte, cuando aún no estábamos ni en los aperitivos de esté menú degustación de montaña Andorrana.

Desde Ferreroles bajábamos hacia Sorteny, lugar en que se encontraba el primer puesto de avituallamiento. A poco más de 21 kilómetros de la salida, caras largas en el avituallamiento, gente sentada a la sombra con la cabeza entre las piernas… Menudo panorama. Me lo tomo con calma. Mucha fruta (melón y sandía sobre todo) y reorganizo un poco la mochila. Llevo bastante peso y con el esfuerzo extra de los bastones se me están empezando a cargar las cervicales. El calor empieza a hacer acto de presencia. Cargo agua a tope, tomo sales y salgo con calma para recorrer los 11 km que me separan del próximo avituallamiento en Arcalís. Todo toboganes, el recorrido parece rebuscado para exigir el 120% de esfuerzo y no dar tregua a las piernas. Pasando la Portella de Rialp, primer tramo con nieve, nos encontramos en la cima a un rebaño de cabras que nos miran con cara de “vosotros estáis imbéciles” (y no les quito la razón). En esta primera parte la carrera ya va muy estirada. Apenas hay movimiento de gente que adelantes o te adelante salvo en las cimas o en los avituallamientos, donde buscamos una tregua como sea. El avituallamiento de Arcalís, segunda parada, se convierte en el primer punto de abandono masivo. El calor ya es muy fuerte y los 3000 metros de desnivel positivo que llevamos en el cuerpo no son para tomar a broma. Aprovecho para comer algo de pasta y caldo, lo más parecido a una comida normal y huyo de barritas y geles. Intento llevar un esquema de desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena para que mi cuerpo no se vuelva loco. Por el momento las cifras de glucemia son muy buenas, y al ir cargado de sobra con geles, barritas y gominolas dejo parte de la carga en este avituallamiento. La espalda me está dando guerra y prefiero soltar algo de lastre.

«Malditos Charlies, !Esto es un infernooo!»

Saliendo de Arcalís me sobreviene el primer arranque de pesimismo, “NO ACABO NI DE COÑA” las piernas empiezan a gritar y el calor no facilita las cosas. No pienso en la meta, ni siquiera en la mitad de la carrera. Mi objetivo es llegar a Margineda, primera base y corte horario a las 9 de la mañana del sábado. Llegados a la cima del Clot del Cavall, ya vemos a lo lejos el primer escollo importante de la Ronda, la cima del Comapedrosa es imponente con sus casi 3000 metros de altitud. Desde este punto, prácticamente es dejarse caer y disfrutar de la vista de los lagos hasta el refugio del Pla Estany, punto de partida para afrontar el kilómetro vertical que hay hasta coronar Comapedrosa. Aquí la gente se rehace como puede, y el que no, abandona (no son pocos los que lo hacen). La verdad es que estar a los pies de esta montaña da mucho respeto. Si, pensé en tirar ya la toalla, pero bueno, aún sentía que me quedaba cuerda y la vista desde la cima, calculando que llegaría al atardecer, seguro que merecería la pena, asique me puse el mp3, el cortavientos y tiré para arriba sin pensarlo mucho más.

Sin tregua...
Sin tregua…

La subida fue mejor de lo esperado, incluso adelanté a unos cuantos participantes. La zona por la que subimos era un canchal bastante técnico que iba ganando inclinación a medida que subíamos y un pequeño tramo de cresteo al final, para coronar el techo de Andorra. Qué decir de la vista. No sé si sería la altitud o el cansancio, pero casi se me saltan las lágrimas, sin duda la panorámica desde aquí fue el mejor momento de la Ronda. Ahora tocaba bajada hacia el refugio de Comapedrosa (también viejo conocido del año pasado), pasando por lagos y zonas de nieve impresionantes. Llegué al refugio ( 4º avituallamiento) al atardecer. Media hora para cargar pilas, comer, preparar frontal y la ropa que iba a llevar durante la noche. De nuevo mogollón de abandonos. Gente dormida por los suelos, vómitos… ¡Parece increíble que paguemos para esto!

Andorra a nuestros piés
Andorra a nuestros piés

Desde el refugio hasta Botella, empezó la caída en picado de mi energía, tanto física como mental. Salí muy motivado pero a medida que iban pasando los kilómetros, el sueño apretaba y sabía que no se iba a ir así como así. En la bajada desde la Portella Sanfons hasta el avituallamiento de Botella, me cruzo con otro corredor que se había sentado en mitad del camino, totalmente “apajarado” por el cansancio y el sueño. Juntos llegamos hasta el avituallamiento y dormimos poco más de una hora en unas camas de campaña que habían preparado. Suerte la nuestra, había tres camas: una ocupada por un francés medio en coma y dos libres con nuestro nombre.

¡Todo comodidad y comfort!
¡Todo comodidad y comfort!

El despertador suena en lo que es un abrir y cerrar de ojos literal. Son las 3 de la mañana y antes de las 9 hay que estar saliendo de la Margineda. Habrá quien piense que 6 horas para hacer 13 kilómetros es tiempo de sobra… pero no en estas condiciones y teniendo que subir y bajar el Bony de la Pica. 400 metros de desnivel positivo y más de 1400 negativos, en una bajada AGONICA hasta Margineda, por un tramo muy técnico y súper inclinado en el que me caigo 4 veces, rompo la dragonera del bastón y tiro por tierra la remota esperanza que tenía determinar esta locura. Roto de sueño, cabreado y totalmente superado por la situación me tiro a un lado del camino y pongo la mochila de almohada. Quiero, NECESITO dormir. Me da igual el tiempo de corte, la clasificación, acabar… TODO.

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Cuando me despierto, el cuerpo ha reseteado totalmente. Tengo fuerzas, ganas de seguir y ni rastro de sueño. Tiro como un loco para cubrir los últimos kilómetros que quedan hasta Margineda con la esperanza de llegar a tiempo, y justo, muy justito (media hora de margen) me planto en el polideportivo donde estaba el avituallamiento y primera base de vida de la carrera. Me doy una ducha rápida, como, me cambio de camiseta y sin poder dormir salgo decidido a comerme el mundo… aunque esta actitud me dura unos metros. Son las 9 de la mañana, estoy literalmente reventado y sé que no me voy a rehacer. Aún queda más de la mitad de la carrera, y aunque nos hayamos quitado las zonas más técnicas, lo que queda no es un paseo precisamente. Asique me lo planteo de la forma más realista posible; NO ACABO, sin embargo, antes que darme la vuelta y volver al hotel, voy a echar el día siguiendo el recorrido pero a mi ritmo, sin agobios ni de horario ni de clasificación. Empiezo a subir a Coma Bella y apenas ha pasado una hora me tiro a dormir otro rato al lado del camino. ¡Parece que lo que quiero a base de dormir es despertar de este mal sueño! Cuando llego al avituallamiento antes de empezar la subida al Pic Negre el calor es brutal. Sé que cada vez me queda menos margen y que el final se acerca (si, suena apocalíptico). Despacio, muy despacio, continúo la subida hasta la cima, para salvar otra vez más de 1400 metros de desnivel que se convierten en un calvario. Antes de llegar al pico, me coge el escoba y con él recorro el tramo hasta el último control antes de llegar a Claror, en el kilómetro 101. Me planto. El momento en el que me retiro siento una liberación, la cabeza no tira y así es muy complicado. Desde el control, aún me queda bajar hasta Sant Juliá para que me recoja una furgoneta de la organización. Acompañado de Marc y su hermano, dos voluntarios andorranos recorro una “propina” de 8 kilómetros que se me hace hasta corta, gracias a su simpatía y sus ánimos. ¿“Necesitas algo?¿Vas bien? ¡Tú pide, que no tenemos de nada!”. Me están esperando en Sant Juliá y me dejan a la puerta del hotel en La Massana. Un trato VIP de una organización y unos voluntarios que no pueden ser mejores, un sello del Andorra Ultra Trail.

Esto se acaba...
Esto se acaba…

Qué más decir… Una carrera durísima, salvaje, en la que de los casi 400 que salimos de Ordino apenas llegaron 165. Incluso el último, con más de 65 horas, se merece toda mi admiración y respeto. Contento porque el control de la diabetes fue muy bueno y no fue lo que me impidió terminar. Además, una buena dosis de realismo nunca viene mal y después de este fin de semana me ha quedado claro que Andorra me ha puesto en mi sitio. Aprovecho para felicitar de nuevo a la organización, a los voluntarios, al personal de emergencias y a todo el pueblo andorrano que se vuelca con este evento. A cualquier apasionado a las carreras de montaña, le recomiendo que vaya y lo viva en primera persona (eso sí, hay 5 distancias diferentes para elegir, recomendar de buenas a primeras la Ronda sería hacer un flaco favor y no quiero ganarme enemigos).