Un Ultratrail nunca deja indiferente. Sonrisas, esfuerzo, sangre, sudor y alguna lágrima… Lo que viví el fin de semana pasado en Riaza tuvo un poco de todo.
Si hubo algo que me acompañó durante prácticamente toda la carrera fueron las dudas, precisamente el peor compañero de todos en una prueba de estas características. No había tenido muy buenas sensaciones las semanas anteriores (me sigo encontrando muy lento) y por encima de todo “me la jugaba” con la nueva pauta de insulina que iba a probar. Para evitar los bajones de azúcar y el tener que ir comiendo en exceso durante las carreras (y por tanto tener que ir muy cargado) la estrategia que iba a llevar a cabo era ir reduciendo las dosis desde 4 días antes y el día de la carrera no ponerme nada de insulina. El deporte hace que me aumente la sensibilidad a la insulina de forma salvaje, pero el riesgo que tenía esta nueva pauta era que si me quedaba corto, sin insulina el cuerpo no puede absorber el azúcar y por tanto se queda “seco”.

Con esto y alguna cosilla más rondándome por la cabeza me puse bajo el arco de salida en la Plaza Mayor de Riaza. Ganas desde luego no me faltaban, y el empezar a ver alguna cara conocida me animó bastante, en especial encontrarme con el gran Nacho Loygorri y poder trotar juntos todo el tramo desde Riaza hasta La Pinilla, 11,5 km que fueron los más agradables de la carrera. Primer avituallamiento, control de azúcar (y de momento todo bajo control), un gel, frutos secos, rellenar agua y salgo hacia el Pico del Lobo, la primera subida “heavy” de la carrera. El sol pega pero sopla viento, poco a poco la garganta se me va quedando fría y cada vez me va costando más llenar el fuelle cuando respiro, aun así esta primera subida la hago bastante a gusto y rápido. Desde aquí empieza el sube-y-baja hasta el segundo avituallamiento en el Puerto de la Quesera. Ya aquí la carrera está muy estirada y corro prácticamente solo, las sensaciones siguen sin ser del todo buenas pero estoy fresco y el entorno me ayuda a evadirme.

En el segundo avituallamiento me encuentro con Santi, compañero de fatigas en el GTP el año pasado, compartimos impresiones y malestares, ninguno de los dos va muy a gusto. Después de reponer líquidos y fuerzas, salimos juntos y empezamos el que sin duda sería el tramo más duro de la carrera. La distancia hasta el próximo avituallamiento eran 17k que muchos nos pensábamos que serían más o menos llevaderos, pero nada más lejos de la realidad… Rompepiernas total, tramos muy complicados de correr y por si fuese poco, a parte de notar “rara” la respiración (no sé si sería frio, el viento, la altura, nunca me había pasado…) me empiezan a doler las lumbares. Tanto, que en la cima del Pico de la Buitrera me tengo que quitar la mochila, sentarme y estirar un rato. Allí cojo el ritmo de un participante que venía detrás de mí, un poco de conversación se agradece y puede ser la mejor de las ayudas cuando estás tan bajo de moral y físicamente. De lo que más contento estaba era de la diabetes, sin duda era la carrera en la que menos controles estaba necesitando y apenas estaba teniendo que comer en comparación con otras veces.

Tras lo que fue una eternidad para mí y muchos corredores, por fin vi a lo lejos el avituallamiento del Collado del Infante. Cada vez me iba encontrando mejor y parecía que lo peor había pasado. Me tomé un buen rato para reponer fuerzas en el avituallamiento y compartir impresiones con otros corredores que llegaban. ¡Todos estábamos de acuerdo, era mucho más duro de lo que esperábamos! Muchos abandonaron en este punto, y yo aunque no estaba disfrutando mucho no me lo planteé. Despacito y con buena letra pero iba a acabar. Salí solo del avituallamiento y emprendí la parte menos técnica y más “corrible” de toda la prueba, pasando por la zona de los pueblos rojos y negros (muy recomendable!).

Antes de llegar a Serracín me volví a pinchar y vi que la diabetes seguía controlada (de momento no había bajado de 100mg/dl de azúcar en ningún momento) y era un alivio, porque tampoco tenía muchas ganas de atiborrarme a barritas o gominolas. Iban pasando el tiempo y los kilómetros y cada vez iba estando mejor, con la sensación de que iba a acabar. Justo antes de llegar a Martín Muñoz, me enganché con otro corredor y fuimos juntos hasta la Ermita de Hontanares, donde me dicen que ha abandonado mucha gente y que voy el 65. La verdad que tampoco me importaba mucho la clasificación, pero saber que yo era uno de los que estaba aguantando me dio ánimos. No quise perder mucho tiempo en el avituallamiento, había que subir aún al Cerro Grande y salvar bastante desnivel y la bajada era bastante técnica y no me apetecía nada hacerla de noche. Subí todo lo rápido que pude y justo cuando empezaba a bajar hacia Riofrío la rodilla izquierda empezó a quejarse (sí, cuando ya parecía que no me podía quejar más) bajé el cerro prácticamente andando y una vez abajo improvisé una rodillera con esparadrapo. Ya quedaba poco pero me podían las ganas de llegar y además se estaba haciendo de noche (con las pocas ganas que tenía de sacar el frontal). Pego una llamada rápida a Nacho (que ese fin de semana fue mi amigo, mánager, mi padre y mi madre!), que estaba esperándome en la meta para decirle que no me faltaba mucho pero que llegaría más tarde de lo previsto. Los últimos kilómetros se hacen eternos, en vez de bajar en línea recta hacia Riaza, nos alejamos un poco pasando primero por Riofrío. Intento no parar para sacar el frontal de la mochila, consciente de lo que me iba a costar volver a echar a correr pero después de unos cuantos tropiezos prefiero no jugármela y me lo pongo. Volver a coger el ritmo me cuesta un imperio, pero ya corro por incercia. Con las primeras luces de Riaza se me dibuja una sonrisa de oreja a oreja y ya el punto culminante es cuando aleatoriamente empieza a sonar la BSO de Batman en el mp3 (momentazo). Últimos metros que bien valen todo el sufrimiento del día, animado por los voluntarios y la gente del pueblo. Cuando enfilo la calle que va a dar a la meta estoy radiante. Cruzo la meta y saludo a mi “club de fans” (Nacho y Jaime, mil gracias por aguantar y esperarme) y me confirman que Nacho Loygorri también va a acabar (un estreno en esto por todo lo alto, si señor).

Muchas gracias a la organización, a los voluntarios (todo amabilidad, ánimos y sonrisas, sois MUY GRANDES), al público… sin vosotros esto no sería posible.
¿Y todo esto porque? ¿Qué sentido tiene? Cada uno le da un sentido, unos épico, otros de superación personal, hay gente que corre por otros… Yo corro porque cuando estoy en la montaña es cuando menos atado me siento a una enfermedad que en la teoría limita, pero que a cada kilómetro que pasa siento que los límites los ponemos nosotros.